La Confianza en Dios y la Salud

La Confianza en Dios

Individualmente, tú y yo necesitamos el ministerio del poder sanador de Dios en nuestras propias vidas.

Nuestra historia empieza con Jesús. Él vino a éste mundo por primera vez, para mostrarnos el amor de Dios, y no sólo para demostrarnos su cuidado para con nosotros, sino también para mostrar cómo nosotros, en Su fortaleza, debiéramos cuidar los unos a los otros. Su trabajo es el de proporcionarnos el perdón del pecado, fortaleza para vencer, salud, paz, y perfección de carácter.


Variadas fueron las circunstancias y necesidades de aquellos que buscaban su auxilio, y ninguno que venía a él se iba sin ayuda. Esa bendición—esa curación—es para nosotros hoy. Donde sea que haya corazones dispuestos a recibir sus palabas—las palabras de la Biblia,—él les llevará el alivio de su propia Presencia, la seguridad del amor del Padre.


En todas las cosas él mantenía sus deseos en estricto alineamiento con el propósito de su vida. Él glorificaba su vida al hacer todo en subordinación a la voluntad de su Padre. Su vida fue una de constante sacrificio propio. Pasaba sus días ministrando a los necesitados y enseñándo a los que deseaban aprender cómo llegar a formar parte de su reino. Siempre paciente y alegre, mucho de su tiempo fue entregado a ministrar a los enfermos y débiles. Sin embargo, él transformaba cada acto de curación en una oportunidad para implantar principios divinos de verdad en la mente y el alma. Pues era su plan ayudar a hombres y mujeres físicamente, para poder luego ministrar a ellos espiritualmente.


En cada oportunidad él presentaba la Palabra-las Sagradas Escrituras—a la gente. Nunca hubo tal evangelista como Cristo. Él era la Majestad del cielo, pero se humilló a sí mismo para tomar nuestra naturaleza, y así poder encontrar a los hombres donde ellos estaban.


Él hablaba a cada uno en tales palabras amables, de simpatía, y sencillas, que esas palabras no podían ser malentendidas. Presentaba la verdad en tal manera que para siempre quedaba entretejida con sus más sagradas memorias. Su instrucción era tan directa, sus ilustraciones tan apropiadas, sus palabras tan amables y alentadoras—que sus oyentes podían sentir lo cabal de su identificación con sus intereses y felicidad. ¡Qué vida tan ocupada vivió, al ir de casa en casa ministrando a los necesitados y alicaídos! Con empatía, ternura, y misericordia, se la pasaba levantando a los sobre- cargados y confortando a los tristes. Dondequiera que él iba, llevaba bendición y un mejor vivir.


Jesús procuró alcanzar a los pobres; también trató de alcanzar a los ricos, pues ellos necesitaban su ayuda tan urgentemente. Justo ahora él está procurando alcanzarte a tí y a mí en nuestras necesidades especiales. Cristo vino a este mundo para mostrar que, recibiendo poder de lo alto, se puede vivir una vida sin mancha. Con incansable paciencia y bondadosa ayuda, se encontraba con los hombres en sus necesidades. No se fijaba en cuál era su posición o estatus en la vida, pues él no era un hombre de política. Aquello que atraía

su corazón era un alma sedienta del agua de vida.


“Él no consideraba a hombre alguno como sin valor, sino que procuraba aplicar el remedio sanador a cada alma. En cualquier compañía que se encontrara, presentaba una lección apropiada para la ocasión y las circunstancias. Cada negligencia o insulto mostrado por los hombres a su prójimo, sólo lo hacía más consciente de su necesidad de su simpatía divino-humana.


“A menudo se encontraba con los que habían caído bajo el control de Satanás, y no tenían poder para librarse de su trampa. A los tales, descorazonados, enfermos, tentados, y caídos, Jesús hablaba palabas de la más tierna simpatía, palabras que eran necesitadas y podían ser entendidas. Otros que encontraba estaban peleando a brazo partido con el adversario de las almas. A los tales animaba a perseverar, asegurándoles que vencerían; pues los ángeles de Dios estaban de su lado, y les darían la victoria.”—Ministry of Healing, páginas 25-26.


Su simpatía, bondad social, y cuidado por su bienestar,—hacía que los hombres y mujeres añoraran hacerse dignos de su confianza. Sobre sus sedientas almas las palabras de Jesús caían con poder vivificante y sanador. Nuevos impulsos eran despertados y, aunque los tales fueran los parias de la sociedad, se abría ante ellos la posibilidad de una nueva vida.


El mismo Jesús está llamándote hoy. Cualquiera haya sido tu pasado, a pesar de tu debilidad, Él desea perdonarlo y transformar tu debilidad, mediante su gracia, en una feliz obediencia a su Palabra Escrita.

Cristo a nadie pasa de alto. Dondequiera haya corazones abiertos a recibir la verdad, Cristo está dispuesto a instruirlos. Él les revela al Padre, y el servicio aceptable a él.


La vida de Cristo estaba escondida en Dios, y Dios se revelaba en el carácter de su Hijo. La evidencia de su divinidad fue vista en su ministerio a las necesidades de la doliente humanidad. No mediante la pompa y la conquista de reinos habría Cristo de establecer su reino, sino mediante el hablar a los corazones de los hombres por una vida de misericordia y sacrificio. Su ministerio de curación es para nosotros hoy, para que su vida se manifieste en la tuya. Su objetivo es que tu alma esté imbuída con los principios del cielo; para que entonces, al entrar en contacto con otros, estés capacitado para impartirles de las gracias celestiales. Tu consistente fidelidad a Dios y su Palabra, será un medio especial de revelar esa luz.


“El esfuerzo humano tendrá eficiencia en la obra de Dios justo de acuerdo a la devota consagración del obrero,—mediante la revelación del poder de la gracia de Cristo para transformar la vida. Hemos de distinguirnos del mundo porque Dios ha puesto su sello sobre nosotros, porque él manifiesta en nosotros Su propio carácter de amor. Nuestro Redentor nos cubre con su justicia.”—The Ministry of Healing, página 37.


“Recuérdese que Cristo vino al mundo para salvar a los pecadores. Nada tenemos que nos recomiende a Dios; la súplica que podemos presentar ahora y siempre, es nuestra total condición desesperada que hace de Su poder redentor una necesidad. Renunciando toda dependencia propia, podemos contemplar la cruz del Calvario y decir: ‘En mi mano nada traigo; sencillamente a tu cruz me apego.’


“ ‘Si puedes creer, todo es posible a aquel que cree’ (Marcos 9: 23). Es la fe lo que nos conecta con el cielo, y nos proporciona fortaleza para luchar con los poderes de las tinieblas. En Cristo, Dios ha provisto los medios para subyugar todo rasgo malo, y resistir toda tentación, por más fuerte que sea.”— The Ministry of Healing, páginas 65-66.


Pero tantos sienten que primero deben hacerse a sí mismos "buenos" antes de venir a Cristo. Sin embargo

sólo Jesús puede perdonar nuestro pasado y darnos fortaleza para vencer en el futuro. Viniendo a él recibimos esta ayuda; y permaneciendo con él es lo que proporciona continuidad a esta ayuda. No os veáis a vosotros mismos, sino a Cristo. En tu desamparo, échate a los brazos del Señor. Él te recibirá, y nunca, excepto por tu propia selección, te abandonará. Al venir a él, cree que te acepta—sencillamente porque él lo ha prometido. Nunca pereceréis mientras haces ésto, ¡nunca!


Cuando oramos pidiendo bendiciones terrenales, la respuesta a nuestra oración puede dilatarse, o Dios nos puede proporcionar algo diferente de lo que pedimos; pero no así cuando pedimos liberación del pecado. Gracias a Dios que es así. Es su voluntad limpiarnos de pecado, hacernos Sus hijos, y habilitarnos para vivir una vida santa.


Viendo a los angustiados y cargados, aquellos cuyas esperanzas han sido frustradas, Jesús los llama a Sí Mismo. Él ve sus años gastados en la búsqueda de la tranquilidad del alma mediante las bagatelas y oropeles del mundanalismo y el pecado-y los invita a venir a él para la paz del alma que tanto anhelan, la paz genuina del corazón que en ninguna otra parte se encuentra.


Él está hablándote ahora mismo: “Llevad mi yugo sobre vosotros, y aprended de mí, pues soy manso y humilde de corazón; y hallaréis descanso para vuestras almas” (Mateo 11:29). Todos están trabajados y cansados con los afanes de esta vida. ‘Vengan,’ os dice Él; vengan. Sólo Cristo puede quitar las cargas. Y la carga más pesada que llevamos es la carga del pecado. Él conoce todas las debilidades de la humanidad, todas nuestras necesidades, todas nuestras angustias.


“Él está velando sobre tí, o tembloroso hijo de Dios.

¿Te encuentras tentado? Él te libra. ¿Eres débil? Él te fortalece. ¿Eres ignorante? Él te ilumina. ¿Estás herido? Él te sana. El Señor ‘cuenta el número de las estrellas' y sin embargo, ‘Él sana al quebrantado de corazón, y sana sus heridas.’ ”—Salmo 147: 3-4.

“Cualquiera sean vuestras ansiedades y pruebas, presentad vuestro caso delante del Señor. Vuestro espíritu será fortalecido para resistir. El camino será abierto para desenredarte del bochorno y la dificultad. Entre más débil y más desamparado te reconoces ser, más fuerte serás en Su fortaleza. Entre más pesadas tus cargas, más bendecido será tu descanso al echarlas sobre Aquel que las puede llevar.


“Las circunstancias pueden separar a los amigos; las turbulentas aguas del ancho mar se mueven entre nosotros y ellos. Pero ninguna circunstancia, ninguna distancia, puede separarnos del Salvador. Dondequiera que estemos, él está a nuestra diestra, para apoyar, sostener, y alegrarnos. Más grande que el amor de una madre por su criatura es el amor de Cristo por Sus redimidos. Es nuestro privilegio descansar en su amor, y poder decir: ‘Confiaré en él; pues él dio su vida por mí.’ ”—The Mínistry of Healíng, página 71-72.


Millones de seres humanos, enfermos y en ignorancia y pecado, ni siquiera han oído hablar del amor de Cristo por ellos. Si estuviera invertida la condición nuestra con la de ellos, ¿qué desearíamos que ellos hicieran por nosotros? En cuanto esté de nuestra parte, debemos ayudarlos. Cuales sean nuestros talentos y habilidades, estamos, mediante los mismos, endeudados a todos los menos afortunados. Nuestra fortaleza deber ser usada para ayudarlos en sus debilidades.


“Jesús no consideró el cielo un lugar deseable mientras estábamos perdidos. Él dejó las cortes celestiales por una vida de reproche e insulto, y una muerte ignominiosa. Él que era rico en el tesoro inapreciable del cielo, se hizo pobre, para que mediante su pobreza fuéramos enriquecidos. Hemos de seguir en el sendero que Él trazó.”—The Ministry of Healing, página 105.

 

La fe, para ser fuerte, debe ser alimentada. La Palabra de Dios es el alimento de la fe. La Biblia es la bodega del Cielo en cuyos estantes están almacenados, en cantidades ilimitadas y casi variedades infinitas, los alimentos que nutren la fe y la experiencia cristiana, y abundan los manjares que deleitan el alma del cristiano (véase Jeremías 15: 16). “Más dulce que la miel y que la que destila del panal” (Salmo 19: 10).


El poder de la Esperanza.

“Mientras hay vida, hay esperanza”. Este dicho popular refleja la importancia que tiene la esperanza para los seres humanos. Ésta es como la llama que nos ayuda a mantenernos vivos en los momentos más difíciles. Como la proverbial luz al final del túnel, la esperanza nos anima a seguir luchando, a no darnos por vencidos. Permite que nos mantengamos de pie emocionalmente cuando las circunstancias podrían derrumbarnos.

La esperanza tiene dimensiones tanto espirituales como psicológicas. Espiritualmente, la esperanza tiene que ver con la fe, con creer y tener confianza en algo, aunque no lo veamos. Desde el punto de vista de la Psicología, la esperanza se relaciona con las metas y el sentido de agencia personal. Se define como un conjunto de ideas y creencias que nos ayudan a encontrar caminos para alcanzar nuestras metas y nos dan confianza en que tenemos la capacidad para lograrlas.

"Cada vez hay más personalidades en el mundo científico que consideran que la esperanza y el optimismo ejercen una gran influencia en la salud.

Una actitud positiva y esperanzada para afrontar algunas enfermedades puede ayudar a paliarlas.

Aunque sabemos que la causa y el desarrollo de la mayoría de las enfermedades tienen un componente estrictamente fisiológico, también la experiencia nos ha mostrado muchos casos en los que las "ganas de vivir" han prolongado increíblemente la vida de algunos pacientes y contribuido a ralentizar el avance de la enfermedad.

En el polo opuesto, también es frecuente el caso de personas ancianas que pierden las ganas de vivir por alguna razón, generalmente por el fallecimiento de sus parejas y empeoran drásticamente en su salud, llegando a morir en un corto periodo de tiempo" (Pérez, 2009, para. 8-10)

Es muy cierto también que la disposición mental afecta para bien o para mal el desempeño de nuestro organismo.

Por ejemplo una persona depresiva y malhumorada se la pasara más tiempo enferma que una que ve todas las cosas de forma positiva. La mayoría de las enfermedades físicas provienen de la mente.

Los enfermos que desean sanarse tienen más posibilidades que aquellos que ya perdieron toda esperanza, por eso es necesario tratar de mantener un equilibrio entre la parte física, mental y espiritual, hay que tratar de tomar las cosas con calma y relajarse, tratar de ser feliz y sobre todo no guardar resentimiento hacia los demás.

La fe y la esperanza de que las cosas que estén mal puedan solucionarse hacen que el ser humano encuentre alivio y pueda lidiar con todo lo que es inexplicable. Al mismo tiempo, nos dan una rutina para tener en cuenta en nuestras vidas cotidianas, tratando de aplicar estos elementos a diferentes situaciones de nuestra vida, especialmente en el trato con otras personas, en los vínculos sociales, en la compasión, el acompañamiento y en la tolerancia respecto de las necesidades de los demás.

El poder de la esperanza

De hecho, la esperanza se volvió objeto de estudio de la ciencia en las últimas décadas, con diversas investigaciones que muestran sus efectos positivos. La primera cosa que los investigadores afirman es que la esperanza es el resultado de decisiones y elecciones. Y una cosa es cierta: la esperanza tiene poder sobre la mente y el cuerpo.

El interés de psiquiatras, psicólogos y médicos en la esperanza se debe a su potencial de cura y realización. El investigador estadounidense Charles Snyder, autor del libro The Psychology of Hope [La psicología de la esperanza], lanzado en 1994, entiende la esperanza como una idea motivacional que posibilita a una persona para que crea en resultados positivos acerca de sus metas y Según él, la persona que tiene esperanza logra desarrollar estrategias de vida y de supervivencia de forma más eficaz, y reúne motivación para ponerlas en práctica.

En el área de la salud, las investigaciones han demostrado que el sentimiento de esperanza ejerce gran influencia en eliminar o reducir problemas físicos y psicológicos antes de que sucedan. Es decir, el sistema inmunológico y hormonal de la persona llena de esperanza es más eficaz. Las investigaciones de Snyder comprobaron que la esperanza ayuda al individuo a reaccionar positivamente en caso de enfermedades y lesiones. Esas personas son más fuertes en tolerar el dolor. El psicólogo comprobó que los portadores de esperanza tienen más capacidad o habilidad adaptativa para resolver sus problemas. La esperanza realmente tiene poder.

La emoción o el sentimiento de esperanza, por lo tanto, es capaz de promover no solo la salud mental, sino también física. Algunos psicólogos relacionan la depresión con la ausencia de esperanza, situación en que la persona no ve más solución para sí misma.

Pero, para muchos investigadores la esperanza es solamente una cuestión de “pensamiento positivo”; algo que nosotros mismos producimos. Eso ocurre cuando se ignora el origen y el mecanismo general de esa emoción. Desde finales de la década de 1990, él ha estudiado la esperanza científicamente, y ha demostrado su fuerte dimensión espiritual y religiosa. Scioli comprobó que la esperanza está ligada a virtudes como paciencia, gratitud, amor y fe. Y estas son virtudes originalmente bíblicas. El investigador afirma que la esperanza no establece vínculo solamente con el prójimo, sino sobre todo con un Ser superior, es decir, con Dios. Eso muestra que la verdadera esperanza es diferente del optimismo o el pensamiento positivo. La esperanza liga a la persona con un Dios personal que es fuente de poder.

En la Biblia, el apóstol Pablo destaca la esperanza como una de las tres virtudes principales del cristianismo, juntamente con la fe y el amor. “Ahora, pues, permanecen estas tres virtudes: la fe, la esperanza y el amor” (1 Corintios 13:13). Por medio de esa virtud, los cristianos desean y esperan en Dios una vida superior y eterna que será alcanzada en el Reino de la gloria. En cuanto enfrentan luchas y desafíos, los cristianos cuentan con las tres virtudes esenciales como una protección segura. Pablo dice: “estemos siempre en nuestro sano juicio, protegidos por la coraza de la fe y del amor, y por el casco de la esperanza de salvación” (1 Tesalonicenses 5:8; énfasis añadido).

La palabra “esperanza” existe en la mayoría de los idiomas, lo que sugiere que ninguna cultura puede vivir sin esperanza. En la Biblia, es usada más de cien veces, y lo que más llama la atención es que la esperanza bíblica no es meramente fruto del pensamiento positivo. No es algo que las personas tienen en sí mismas ni una fuerza especial que algunos reciben al nacer. La esperanza es algo que las personas desarrollan en su relación con Dios.

Tres cosas se destacan en la esperanza según la Biblia. Primero, las personas esperan la solución de sus problemas en Dios. El salmista dice: “Sólo en Dios halla descanso mi alma; de él viene mi esperanza” (Salmo 62:5). “Dichoso aquel cuya ayuda es el Dios de Jacob, cuya esperanza está en el Señor su Dios” (Salmo 146:5). Las personas trabajan y se esfuerzan, pero cuentan con el poder de Dios al enfrentar y superar los desafíos y los peligros de la vida. “Pero los que confían en el Señor renovarán sus fuerzas; volarán como las águilas: correrán y no se fatigarán, caminarán y no se cansarán” (Isaías 40:31). Además de eso, los personajes bíblicos consideran a Dios como su propia esperanza. En el Salmo 65:5, leemos: “Tú, oh Dios y Salvador nuestro [...] tú eres la esperanza de los confines de la tierra”. El profeta Jeremías dice: “Bendito el hombre que confía en el Señor, y pone su confianza en él” (Jeremías 17:7). Dios es la esperanza misma, en el sentido de que él es la fuente del poder deseado y esperado.

Un tercer aspecto importante de la esperanza es que lleva a las personas a tener confianza en relación con el futuro. Los hijos de Dios viven intensamente el presente, pero saben que la vida no se restringe a esta Tierra. Hay una realidad superior y eterna después de esta. El mismo Dios afirma: “Se vislumbra esperanza en tu futuro” (Jeremías 31:17). Las promesas de Dios son fuente de esperanza y certeza. "(Ivan Saraiva, 2015, Esperanza  Viva" Cap 1, para. 7-17)

Por lo tanto, la expectativa de aquellos que tienen esperanza en Dios es tremendamente positiva. Por eso, ellos enfrentan los desafíos con optimismo y reúnen más fuerzas en todos los sentidos, según lo confirman las investigaciones mencionadas. La esperanza tiene poder.